En la monotonía del día a día nos sumergimos, sin permitirnos subir a la superficie y respirar aire para poder continuar en las profundidades.
Entonces comienza a invadirnos el cansancio, el desagrado… el malestar que no sabemos qué es, o no queremos reconocer qué es.
Podemos bucear por todo el mar sin descanso. Cruzarnos con miles de peces en apuros y ofrecerles nuestro lomo para nadar. Contemplar y adorar plantas marinas. Descifrar mensajes encerrados en botellas de cristal. Descubrir tesoros en baúles de piratas legendarios. Aparecer incluso en algún documental del mundo submarino. O incluso quedarnos parados, anclados al fondo, como algas que se mueven según la corriente del agua. Pero estamos rodeados de tiburones, como los que bucean en Mar del Plata, Argentina. Tiburones a los que damos de comer y nos comen. Nos comen tan poco a poco que cuando queremos darnos cuenta sólo tenemos espinas…
En la monotonía del día a día nos sumergimos, ¿por qué no tenemos más remedio o por qué es más fácil que quedarse en la superficie?
Enhorabuena a quienes logran flotar, aunque de vez en cuando se hundan.
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